
Mañana comienza un nuevo curso, lo que significa despedirse de un maravilloso verano, de levantarse a las once de la mañana y de salir cada vez que se quiera. Vuelven los horarios, las rutinas, el sueño...
Y en días como hoy, días de frontera entre un período y otro no puedo evitar mirar atrás. Quizás sea mi propia forma de ser, meláncolica y vuelta hacia atrás hasta la demasía, quizás mis propias ansias de rememorar, pero es en días como hoy, cuando comienzo a hacer balances.
Es sorprendente que mi vida no la cuente por años, sino por cursos, y que la mayoría de la gente ocupe un lugar personal y académico simultáneamente. Este es mi sino...
En días como hoy miro atrás, a esos días de los primeros cursos, de mi infancia, del llanto al despedirme de mi madre la primera vez que fui al colegio... Miro atrás y veo al niño que fui y que quedó atrás.
Miro atrás y me veo empezando el colegio, haciendo los primeros amigos, y descubriendo la vida poco a poco, como corresponde a los niños...
No puedo olvidar esos primeros días de la adolescencia, esos primeros días de instituto, donde todo parece una odisea. ¡Ay, el instituto!, nunca he vuelto a sentir las cosas con tal intensidad como cuando tenía trece o catorce años, donde la amistad era una promesa, y las traiciones una puñalada...
Y miro a lo más reciente, a este primer año en la Universidad... a este primer año de una vida más adulta y responsable... y me sorprendo... no puedo evitarlo.
Me sorprende aún más las ganas con las que ahondo mirando en el pasado, pero lo difícil que resulta mirar al futuro, de forma valiente y decidida, mirar al futuro, a la vida cara a cara y pedirle lo que quieres...