16 octubre 2008

Elena


Unas manitas saludan desde el otro lado del cristal mientras desde este lado todos ponen caras raras y sonríen. Cada moviento se festeja y cada sonrisa se aplaude. Un movimiento es sinónimo de alegría generalizada alrededor.

Nunca comprenderemos por qué alguien tan pequeño inspira tanta ternura en torno a sí, sin más méritos en su haber que existir. Y sin embargo, todos nos sentimos movidos hacia un amor que penetra a través de los cristales de una incubadora hasta alcanzar a esa personita.

Mi sobrina me ha hecho ver ciertas cosas... Y es que quién lea lo que escribo, ya sabrá que siempre le busco los tres pies al gato. Para mí estar con ella no es sólo estar cuidándola o admirándola, es redescubrir en ese ser que hace tan poquito que ha llegado a nuestras vidas lo que yo un día fui, y lo que aún en algún rincón de mi mente sigo siendo... YO.

No veo nada más auténtico que mi sobrina, de la que nada malo cabe esperar salvo las consabidas llanteras nocturnas... En ella veo lo que espero de esta vida, que no sé a ciencia cierta qué es, pero que estoy seguro de haber encontrado entre los repliegues de esa mantita con el nombre del Hospital.

No sé si me explico, o si esto tiene explicación, símplemente, hoy me ha dado la vena almibarada... pecado que cualquier buen escritor tiene que evitar a toda costa. Pero hoy, me da igual.