15 julio 2008

Entre robles


La tierra despierta en el frescor del rocío mañanero, arrugada, lista para ser trabajada. Sus surcos llenos de pequeñas matas verdes esperan sedientos el agua que está por llegar.

Ya una vez ha cantado el gallo, se ve venir andando poco a poco, muy poco a poco, lentísimamente a una viejecilla, que con pañuelo a la cabeza, para protegerla del sol y del viento, se dispone a regar la tierra, a la que casi se puede oir alegrarse.

Pasa por el lado de un hórreo, que emana aromas de maíz, trigo y otros granos que se guardan en él a la espera de que el invierno yermo pase y el campo vuelva a dar toda la vida que de él se espera.

Manguera en mano hace caer el agua sobre los brotes de la tierra que despierta definitivamente al nuevo día.

Un día tras otro se repite la rutina, un día tras otro, uno tras otro, entre robles, en un pueblo perdido en medio de Galicia, donde mujeres con más surcos en su rostro que la tierra en su superficie, labran la tierra, labran, labran...

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